La piecita del fondo

 

Anita le clava sus enormes ojos negros, y le inyecta la dosis exacta de preocupación a su mirada. Es la primera vez que están solos en la piecita del fondo de la casa de Julián. A la que se llega por un pasillo que bordea el tejido medianero luego de esquivar una planta de mangos y dos de guayabas. Se conocen hace poco pero a Anita, las ganas le pican todo el cuerpo como si fueran hormigas coloradas, a Julián le hierve hasta la saliva de tanto fuego que lleva dentro.

—¿Conseguiste? —le interroga ella.

—Había un montón de gente en la farmacia, pero conseguí uno —afirma con orgullo.

Saca una bolsita de nylon del bolsillo trasero de su pantalón, en su interior un frasco de off family aún con la etiqueta del precio adherido. Le entrega el frasco a ella, cual trofeo conseguido en una dura batalla. Anita, que fue siempre más decidida que sus hermanas, se desnuda, y Julián hace lo mismo. Ella toma la iniciativa y embadurna su cuerpo y el de su amante con la pomada. Entonces, bien repelenteados se abrazan, se besan, se aman en la oscura y calurosa piecita del fondo.

Afuera, la ardiente tarde muere, un ejército de sapos y ranas custodian el castillo de la pareja mientras los zumbidos aumentan presagiando el inicio de los ataques sanguinolentos de los mosquitos.


© Sandro Centurión

Imagen de Hans en Pixabay

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