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Anoche te soñé _le dice y le clava sus enormes ojos marrones. Esos ojos que han sabido mirar horizontes y rutas y noches. A Patricia le descoloca la pregunta. Los hombres directos la pueden. Sobre todo Esteban que de un tiempo a esta parte ejerce un poder hipnótico sobre ella. Apenas llega a la oficina, ella le busca el encontronazo en la pequeña cocina donde si cabe una persona y media es mucho. Ahí se le arrima como quien no quiere la cosa y lo saluda con un beso en la mejilla. Sólo a él lo saluda con un beso. A los demás contadores de la oficina apenas si les obsequia un buen día sin levantar la mirada. Pero con Esteban la cosa es distinta. Desde el primer día cuando atravesó la puerta del estudio contable Avellaneda y asociados, y el jefe le dio la bienvenida, ella comenzó a sentir esa picazón en la mano, y en el cuello, y ese ardor húmedo que le quema el vientre. Esteban es alto, fornido y huele bien. Por eso, y por motivos que ella misma desconoce la pregunta la descoloca. Aunque hace poco tiempo que está en la oficina, el doctor Esteban ya ha hablado con todos. Ya se rumorea entre tazas de café y rondas de mate los primeros chismes sobre el reciente divorcio, dato certificado por la marca del anillo ausente en el dedo anular izquierdo. Se habla de que es un hombre jovial que supo tener mucha guita pero que el juego y la mala suerte le han quitado todo, incluso la mujer. Todos hablan con el doctor Esteban y él habla con todos, pero con ella hasta hoy la comunicación ha estado reducida a consultas administrativas y al ritual del saludo matinal junto a la cafetera. Entonces, algo se quiebra. Él no da un paso en la relación, da diez pasos. Es una atropellada vertiginosa que la deja desparramada pensando qué responder. Porque cuando le habla, no sólo le habla, se apropia de ella; la tutea como si se conocieran de toda la vida. "Anoche te soñé", le dice. Y en esa misma frase la incluye como parte de su ser más íntimo y secreto. No sólo le está contando un sueño, le está diciendo que ella estaba ahí que era parte de esa intimidad. Es mucho para una primera charla. Pero ella lo deja ser, le permite algo que a otro nunca se lo hubiera permitido. Deja escapar una sonrisa nerviosa que odia tener como un tic nervioso que la delata cuando está frente a un hombre que le gusta.
_ ¿Y qué hacía? _llega a preguntar mientras esconde su nerviosismo batiendo el café instantáneo en un vaso descartable.
_ Si te cuento te vas a enojar_ le dice Esteban y la voz ronca hecha a fuerza de whisky y cigarros, de noches de póker, y escapadas al casino resuena como un augurio, como una campanada de iglesia que llama a misa en el pueblo fantasma en que se ha convertido el cuerpo de Patricia.
La mujer no sabe qué decir.
Entonces, el doctor Esteban Carreras avanza.
_Pero eso no es lo que importa,_ le dice. Y agrega: _ Decime, nena, ¿Cuántos años tenés vos?
_ Treinta y siete, ¿Por?
_ Treinta y siete_, medita el experimentado contador y busca un cigarrillo. Ella piensa que él le invitará uno y se lo encenderá. Pero ella no fuma y él ni siquiera pregunta.
_Treinta y siete con el setenta y tres. Cabeza y nueve.
_ ¿Cómo?
_ Para la quiniela, viste. Le voy a jugar diez lucas. A lo mejor, quién dice. Tengo un pálpito. Casi siempre gano cuando le juego a lo que sueño ¿Vos no tendrás cinco lucas por las dudas? Es casi seguro que le acierto. Vamos y vamos con el premio.
"No tengo" supone ella que le dijo, pero no está segura si lo dijo o sólo lo pensó.
Para cuando vuelve a ser ella misma está en su escritorio mirando el paisaje de la mañana que se filtra por la ventana como una marca de agua en la hojas del día.

©Por Sandro Centurión

Imagen de Engin Akyurt en Pixabay

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