Vidas posibles

©Por Sandro Centurión 

El día persiste a pesar de las horas. Camino descalzo por la playa de la Laguna Oca, lidiando con la arena que se me mete entre los dedos de los pies. Busco un lugar a la sombra para leer, o un sitio cualquiera para estar desconectado por unas horas del aparatito opresor. La naturaleza reboza en el graznido de cada pájaro que se arroja en picada hacia el agua en busca de comida. Se me ocurre que la imagen de esta tarde sería un bonito fondo de pantalla para la computadora, pero desisto de la trivialidad de ese pensamiento. A unos metros, un muchacho empuja una canoa a la laguna. Está sólo. Es un pescador. Lo sé por la red de pesca, y el extremo de la caña que sobresale por la proa. Lo veo internarse en el agua, y pelearle a remo limpio a la corriente hasta encontrar el lugar propicio para hacer lo suyo. Lo veo arrojar el sedal como se arroja un pensamiento inesperado. "Hay otra vida posible, otra manera de estar en este mundo", medito. 

Y entonces, lo descubro. En la lejanía del agua, sentado entre las tablas de una pequeña y bamboleante canoa, bajo el sol de un verano omnipresente, en este rincón del subtrópico guaraní, el joven y solitario pescador saca un teléfono del bolsillo de su pantalón, e inclina la cabeza; se pierde también él, en la eternidad de la pantalla.


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