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La orquesta




Fue la orquesta. El violonchelo para ser más preciso. La cuarta cuerda estaba desafinada. El irlandés que lo ejecutaba había estado bebiendo desde temprano una secuencia de whisky, ron y ginebra. El tipo parecía poseído por un demonio. La música sonó y resonó en el casco de acero del enorme barco. Y de ahí, se propagó por el mar; una parte se perdió en el manto oscuro y denso del agua, pero otra, rebotó con fuerza entre el oleaje de la superficie y viajó hacia los témpanos de hielo que medraban cual zombis en la oscura inmensidad del mar. En un momento, el sonido estridente y mal acompasado, que provenía del barco quebró un témpano gigante y produjo una pared de hielo filoso.

El barco lo rozó, el acero cedió. La orquesta siguió tocando.

©S.C.


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