El pacto
©Por Sandro Centurión
Nunca antes había tenido problemas con nadie. Soy más bien de perfil bajo. Yo siempre le di lo suyo y a su manera él cumplía con su parte. Su abuelo y su padre eran gente pobre pero decente. El trato era siempre el mismo. Un par de cigarros y algo de yerba. Yo era joven y aquello tenía valor, sobre todo allá, en el monte. A cambio yo debía garantizar la riqueza y el progreso de su familia. "Es lo que dicta la tradición", me dice "son las reglas de nuestra cultura. No hay motivo alguno para que eso cambie, no tiene porqué cambiar", repite.
Le explico que son otros tiempos, que acá, en la ciudad, no es como en el monte. Él es ahora un hombre de fama y fortuna. Algo de dinero, no mucho, sino lo justo por mi servicio, es lo que corresponde. Yo también tengo derechos. Me amenaza, me dice que le pertenezco, que él es mi amo, y yo su esclavo. Me río por lo bajo, y enfilo para irme.
"¡Pombero de mierda!", me insulta enojado. Me apunta con su pistola, y entonces, no me queda más remedio. Saco mi machete, y me dispongo a romper el pacto.
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