Escándalo en la vereda del santuario del amor

 
  La mina se encuentra con su marido a la salida del telo. Obvio, ella con un vago y él con una vaga. Ahí nomás, se arma tremendo escándalo. Ella grita, putea y la insulta a la mosquita muerta que para colmo es una compañera de la empresa donde labura el tipo, y hasta estuvo invitada en el bautismo de la hija más chica del feliz matrimonio. El tipo, al principio juega callado, gesticula pero no dice ni mu. Mira para todos lados, y le hace señas a la jermu para que baje la voz, porque a esa hora hay un montón de gente pasando por la calle, y ellos, los cuatro tortolitos, están en la vereda del "Santuario del amor" (así se llama el modesto establecimiento de placeres acondicionados). El tipo quiere que la tierra lo trague hasta lo más profundo, hasta salir del otro lado del globo, en algún lejano pueblito rural chino, donde pueda sentarse a comer arroz blanco con palitos mientras un chino viejito y ciego le habla en chino mandarín, y que él no entienda nada, y no le importe.
 _ Pero Andrea, controlate, _es lo máximo que llega a decir el marido infiel y cornudo al mismo tiempo. Los otros, la flaquita que asistió en sus menesteres a su compañero de trabajo, y el petiso simpático, que le cambió las gomas del auto a la señora Andrea, permanecen al margen de la vehemente conversación. Hasta que, siempre hay un hasta que, la mina pizpea a los lados y se da cuenta de que hay un montón de gente mirando, y lo que es peor algunos son gente conocida, mamás del grupo del grado de Briancito, el primogénito, que apuntan el celu haciendo zoom a lo bestia. Entonces, Andrea le da un cachetazo al pelotudo de Luis y se abalanza sobre la destruye hogares, que a esta altura del partido se lamenta de haber dado rienda suelta a sus instintos. Si su mamá la viera, le diría lo que siempre le dice, "eso te pasa por calentona". Se trenzan de las mechas y y se quedan bamboleando cabeza con cabeza como si estuvieran bailando un tango. Luis y el otro parecen descolocados, se miran y es como que se dijeran tenemos que hacer algo también nosotros, aunque sea para no quedar como dos viejos pajeros. Luis le pega un puñetazo medio desganado pero lo suficiente para movilizar el orgullo macho del petiso que le devuelve el favor con una patada en la barriga, al mejor estilo de kung fu. A esta altura de los acontecimientos el escándalo ya es noticia. El personal del motel (una vieja con cara de mimbre) llama a la policía. Al toque, llega un patrullero, con dos efectivos, un masculino y un femenino, (ellos hablan así), para mediar en la contravención al orden público. Y entonces, uno podría pensar que la cosa ahí se terminaba, que las fuerzas de la ley y el orden sabrían recuperar la paz social alterada por estos desacatados. 
_ ¿Y vos qué mierda haces acá? _le dice el oficial a la vaga que por fin ha logrado zafarse del tirón de mechas de la señora Andrea. Porque resulta, que el marido de la vaga que andaba en amoríos con Luisito, el de la oficina de insumos, es cana, el cana que fue a poner paños fríos en la vereda del telo, y que ahora está recaliente porque descubrió, sin querer queriendo, el secretito de su mujer. 
_ Rogelio, ¡basta! te dije mil veces que lo nuestro no va más. _le grita la vaga, y luego se larga a llorar.
_Yo vine a ayudar a separar a estos que se estaban matando, _le explica el petiso, rapidísimo, a la mujer policía, que, cosa de no creer, es una conocida de la mujer del petiso (es que acá somos pocos y nos conocemos todos). El cana, sacadísimo, pela la cachiporra y entra a repartir a diestra y siniestra. PUM, PAZ, PLAF.
Luis recibe un par de garrotazos, se abraza a su mujer y ambos escapan como sobrevivientes en película de zombis. "Que gente de mierda" dice el petiso, "menos mal que vinieron". La mujer policía logra controlar a su compañero y lo encierra en la patrulla hasta que asimile su nueva condición de desplazado sexual. En ese ínterin el petiso desaparece para no interferir con el trabajo de la conocida de su mujer, y no tener que dar más explicaciones. De a poco, la normalidad vuelve a instalarse en la digna vereda del "Santuario del amor".
A unas cuadras, el feliz matrimonio de Luis y Andrea se alejan, prófugos de las peripecias y desencuentros del amor.
_ ¡Que forra! Por Dios, yo sabía, algo tenía esa mina_ le dice ella a su marido_ ¿Compraste algo para la cena?
_ Hay milanesas_ le responde dolorido él, se apoya en el hombro de ella, y caminan juntos, abrazados.

©Sandro Centurión

Comentarios