La nada

 

La abuela me pidió que le comprara nada del mercado. Fui tranquilo y recorrí uno a uno todos los puestos. Después de andar un rato como tonto di con uno que vendía un montón de nada. ¿A cuánto el kilo de la nada?, le pregunté al vendedor. Está muy barato joven, ¿cuánto tienes ahí?, me indagó. Le mostré entonces el par de billetes que me había dado mi viejita. Era lo último que nos quedaba de su jubilación. Casi nada, le dije; es algo, me respondió, y se rascó la oreja derecha. Te alcanza para una bolsa grande de nada, agregó, con gestos ampulosos. Luego, agarró una bolsa de polietileno y cargó varios trozos de nada. Le entregué los billetes con algo de resignación. Agarré la bolsa, y la sentí más liviana que de costumbre. Me pareció que me habían dado menos nada que otras veces, pero con la nada es difícil saber, así que hice el camino de regreso tratando de no pensar en nada. Cuando llegué a la casa puse la bolsa de nada sobre la mesa, y le regalé una sonrisa a la abuela. La viejita es un amor, siempre hace algo rico de la nada.


© Sandro Centurión

Imagen de James en Pixabay

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