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Valeria y los espejos

Valeria me dice que lo último que vio fue la acostumbrada ingratitud de un rostro maltrecho por la noche, por los hombres, por los años. Al fin y al cabo ese era su rostro. Entonces, sin querer, Valeria me asegura que fue sin querer, un par de lágrimas se le escaparon, como los años, y cayeron sobre su espejo, el que solía llevar en la cartera, el redondo, el de siempre, que tal vez de tanta lágrima que le había caído encima, esa noche terminó por quebrarse, de una buena vez, como su vida. Y sus restos quedaron esparcidos en la vereda. Desde entonces, dice Valeria que no ha vuelto a ver su rostro, que ya no le preocupa, que tal vez ya no quiere saber cómo la vemos los demás. Por eso se enoja y me ruega que no la mire a los ojos. Para no verse reflejada en los míos. Apaga la luz y adivino su cuerpo en la oscuridad.

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