Kerosene


Yo no sé sobre eso, lo que sé es sobre lo otro. Sobre lo que dijeron que no había que decir porque era pecado. No sé si el decir o lo que pasó el caso es que acá nadie quiere ser pecador y menos yo que todos los santos días escucho de contrabando los pecados de otros, de esos otros que clavan sus rodillas en el piso de madera recién barrido, fregado con serrín y kerosene. Hoy está lleno el confesionario. Ellos dicen lo que no saben frente al cura, que tampoco sabe o se hace el que no sabe, y le mienten; eso sí sé, porque los conozco a todos y cada uno con nombre y apellido. Y Dios, o el cura les cree, y les perdona todo lo que dicen que hicieron; yo no sé, yo sólo barro, limpio y friego. Los maldigo, es cierto, uno a uno, los condeno a mil infiernos. Pero el diablo no me oye, no me contesta, como tantos no hace su trabajo. Y entonces, se me ocurre esa idea que me quita el sueño, y no sé si es o no es pecado. Si no se van al infierno ¿yo debería traer el infierno a ellos? Una chispa, una vela que se cae y todo el piso arde. Las llamas hacen de la capilla una caterva del quinto infierno. Medito acerca de esto, enciendo un cigarrillo y le agrego más kerosene al tacho. ¿Brillarán los pisos del infierno?

Sandro Centurión

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